Un péndulo
se mece
entre mis
sentidos y mi razón.
Un ahora
sí, ahora no
Una
duda, una vacilación
Una-muno me
contagió
su
nostalgia de Dios.
Me hice creyente
por solo dos monedas:
mis dos hijos.
Estirarles
la vida,
más allá de
la vida,
bien valía
mi traición.
Aún así,
danza en mi amor,
la aterradora pregunta:
¿sóis hijos míos,
o de las sombras de Platón?
La certeza
es un
estado ridículo,
me recetó
Voltaire,
una noche
de desesperanza.
O ipso facto
florecen muchos Pablos
cayéndose del caballo,
o se matrimonian
las sotanas y el caos.
Y, aún
así, me duele reducir
a Sara
Vaughan,
y a una hora de taberna
con una
cerveza bien fría,
al azul y a
los viernes,
a Roma y a
las risas,
a un beso
rubio de cuatro años
o a un
papatequiero de once,
a un mísero
sanseacabó.
Necesitamos urgente
un SMS del todopoderoso
un comunicado vaticano,
una encíclica,
cualquier cosa
que nos tergiverse.
Pero,
cómo van
a dormir para siempre
las sonatas
de Bach,
las putas
de Fellini,
los cerezos
del Jerte
o tu risa
de navidad.
Puede que él no estuviera nunca,
y que lo del opio del pueblo
fuese una verdad más.
Puede que todo sea cera derretida,
y un pabilo que se apaga .
O quizás
aparezca algún día,
si
desescombramos los púlpitos,
si vaciamos
los dogmas de cieno,
o si vendemos los candelabros de plata.
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