—¿Cómo es un
escritor?
—¿Y esa qué tipo de pregunta es?
—¿Como que qué tipo de pregunta? una como otra cualquiera ¿no?
—No sé, nunca me lo he preguntado, me resulta complicado, es como
preguntar a qué huelen las palmiras.
—¿Las palmiras?, huelen a felicidad, es fácil. Seguro sabes, Venga, haz
un intento…
Yo no sé decir exactamente cómo es un escritor. Yo sólo se como soy yo, y
a veces hasta dudo. Sé que un escritor es alguien, inevitablemente especial, sumergido
en la soledad para dar riendas sueltas a lo que más ama, una especie de sacrificio
para cualquiera que no lo entienda, un placer íntimo para quien lo entiende
todo.
¿Me explico? Para mí, el acto de escribir significa el momento mágico de
armonía y conexión entre una voz interior y una escena externa. El escritor no
es otra cosa que el lazo de unión, el intermediario entre ese eco y esa
necesidad, el privilegiado dando fe de un delicioso encuentro.
Cuando desnudas un cuerpo al que amas, ¿dime qué sientes tú? No es cierto
que sientes como te inunda una imperiosa necesidad de hacerlo lento o deprisa,
de hacerlo con ternura o con sofoco, con ansias o con calma… una ambigüedad
uniendo dos extremos opuestos, un punto conciliador a mitad de camino alzando
bandera blanca; “ni pa ti ni pa mí”, justo en el centro, pero al fin y al cabo,
el resultado es placer en su más absoluta esencia.
Escribir es desnudar el alma en cada encuentro, dejarse ver la cara sin
maquillaje, echar el vuelo, contemplar el mundo desde arriba y contarlo sin
guardar el secreto.
El escritor se ubica, se construye un rincón a su gusto, se entrega a él
sin mesura, y cuenta verdades o mentiras. Se desgarra por dentro y llega al fondo de cualquier otro, roza la
sensibilidad de quien no conoce, despierta la crítica o la burla del vecino,
abre los ojos de algún que otro ciego empeñado en no ver, abre puertas, echa
cerrojos, descorre cortinas… sin conocimiento alguno. Se lanza al vacío para
ser recogido o ni siquiera ser considerado, un riesgo constante presente en
cada desnudo.
A veces pienso… un escritor posee en su lista más temores que esperanzas.
Pierde más tiempo sumando el número de posibles resultados negativos en lugar
de restar importancia a lo que se opine
de lo que escriba… Una verdadera pena a mis ojos, pero para mí una realidad que
siento y sé que otros sienten.
El poseedor de un talento tan preciado como es el de poder mostrar
aquello que decimos, pensamos o creemos de una manera que llega más allá que
una simple palabra o una suma de palabras que forman una frase, no debería llevar
en su mochila miedo alguno que le tapase la boca.
El escritor es el notario de lo que cala, de lo que llega adentro.
Escribir es componer el vals de los pensamientos, mostrar el cuadro de lo nunca
visto, descomponer realidades para volverlas a construir libremente y de formas deliciosamente diferentes.
¿Qué dónde debo estar?, donde quiera estar. Se llega a donde se elija
llegar, se tiene lo que se escoja tener, en cuanto se me olvide el equipaje
cargado de miedos en alguna esquina y de forma intencionada, escribiré todo
aquello que se me antoje y triunfaré o fracasaré como le ocurre a la lluvia,
que nunca cae a gusto de todos.
Quien escribe es el pintor del cuadro que desee, el arquitecto de una
ciudad entera, crea todo aquello que construye interiormente y lo hace
realidad. Tener arcilla entre las manos y… valga la redundancia, manos a la
obra.
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