Google+ Taller de Escritura Creativa de Israel Pintor en España: Creatividad, proceso creativo y nivel personal de trascendencia

Creatividad, proceso creativo y nivel personal de trascendencia


«¡A la mierda! Qué vas a saber tú de arte. Mi cuento es lo máximo y tú sólo tienes envidia.» «Qué va, ¿yo creativo? No, a mí no se me ocurren cosas tan geniales, mi niña sí que es genial.» «García Márquez, Faulkner, Dostoyevsky, Chéjov, Cervantes o Vargas Llosa: esos sí que hacen buena literatura. Yo hago lo que puedo, pero no llegaré nunca a ese nivel.» Estas son algunas de las frases que escucho con frecuencia entre los alumnos de mi Taller de Escritura Creativa. Y es que se tienen tantos mitos y prejuicios en torno a la creación, se tiene tan idealizada la figura del artista y se mira con tanto romanticismo el trabajo artístico, que, quienes se atreven, terminan acercándose a la creación como de puntitas, temerosos de irrumpir y sin la fuerza necesaria para trascender (da igual a qué nivel). ¿Para qué creamos si no?

Empujado por las inquietudes que han manifestando mis alumnos y reconociendo en ellos las propias dudas o limitaciones que yo tuve frente a la creación, sintiendo la necesidad de acercarme fraternalmente para compartir un poquito de mi experiencia y lecturas, escribo este artículo. Me apoyaré principalmente de las ideas expuestas por Mauro Rodríguez en su Manual de creatividad (Trillas, 1985), aunque actualmente existen muchos otros autores que tratan el tema y cuya lectura recomiendo. Empecemos por lo más elemental:

¿Qué es la creatividad?
Cuando pregunto en clase: «¿todos podemos ser creativos?», se hace un silencio en el aula. ¿Por qué dudamos? ¿No son creativos también otros mamíferos, otros seres vivos? ¿Será que, a pesar de reconocernos como seres creativos, también sabemos que una inmensa mayoría prefiere no poner su creatividad en práctica, lo que nos lleva a pensar que quizá no todos somos creativos? ¿De qué depende que una persona sea creativa o no? Para aclararlo acerquémonos primero al significado del concepto creatividad. El diccionario de la Real Academia Española dice que es la facultad de crear o la capacidad de creación. Esta definición permite responder sin lugar a dudas a la pregunta con la que arranqué: sí, todos podemos ser creativos. Entonces, ¿por qué no todos lo ponemos en práctica? Así, a bote pronto se me ocurre decir que podría deberse a que las personas creativas y productivas están constantemente sometidas a la evaluación de los demás, y para sobrevivir a ello hace falta ser valiente, creer mucho en uno mismo y tener claros los fines de nuestra producción. Quizá no todas las personas están preparadas para resistir psicológica y emocionalmente la evaluación de los demás sobre su propia producción creativa, lo que podría llevarlos a decidir que es mejor reservarse. Aunque también tiene mucha culpa de ello el sistema educativo predominante, que prioriza, en favor de preservar las estructuras, la tendencia al servilismo práctico. En un sistema capitalista no todos pueden partir el queso, ¿verdad? ¿A caso los líderes mundiales, los grandes empresarios, las personas audaces que llevan hoy las riendas del mundo, no son creativas? La creatividad también es poder, y quienes conocen y sacan partido a sus capacidades, saben que no conviene que todo el mundo haga lo mismo. Poseemos el poder de crear, pero quien no se ha adiestrado para pensar y crear se expone a quedar al margen de este interesante proceso de superación y progreso. ¿Imaginas un mundo en el que todos fuéramos más creativos? Pero mi afán aquí no es hacer una feroz crítica contra el sistema, sino llevarte a comprender la creatividad desde una perspectiva menos idealizada y romántica.

La creatividad, en este sentido, debe ser comprendida como la capacidad para producir cosas nuevas y valiosas. En el caso de la escritura creativa, la palabra cosas refiere a textos. Así mismo, la creatividad, al ser una cualidad humana (ya hemos dicho que todos podemos ser creativos) es un hecho psicológico y, por tanto, debe estudiarse desde el punto de vista de los sujetos implicados. O sea, si queremos comprender nuestra naturaleza creativa y por extensión la naturaleza creativa del ser humano, habría que estudiar la creatividad desde el interior, desde el “yo”, comprendiendo que el fenómeno social de crear tiene origen en el individuo, lo que nos obliga a mirarnos en un espejo. Desde el “yo” se da el salto al “nosotros”. Se va de lo particular a lo universal. No perdamos de vista que la creatividad es una capacidad de producción, cuya naturaleza está sometida al juicio externo: ¿es nuevo o valioso lo producido? Impone un poco, ¿verdad? Lo primero que puede venirse a la mente cuando te das cuenta de esta realidad es: ¿quién es el juez?, ¿quién decide si lo que yo he creado es nuevo o valioso? ¡Menudo berengenal! Aterrizaremos en ello, pero para hacerlo con la perspectiva necesaria, demos respuesta a la siguiente pregunta:


¿Para qué es creativa la humanidad?
Todo lo que no es natural, es decir, consustancial a lo que el ser humano no ha creado, es producto de la creatividad aplicada: desde el bolígrafo con que atrapas tus emociones dentro de un poema, hasta la más elevada tecnología espacial, pasando por todas las culturas. Sin la capacidad creadora del ser humano, el mundo tal y como lo conocemos hoy no existiría. La creatividad es la sustancia misma del progreso humano. Sin la creatividad quizá estaríamos viviendo aún en la selva y comiendo raíces. Todo lo que hay en nuestro planeta puede dividirse en dos grandes reinos: la naturaleza y la cultura. Todo lo que no es natural es artificial o arte-facto, es decir, fruto de la acción transformadora del hombre.

El papel de la creatividad en la vida del ser humano ha llegado a ser sinónimo de plenitud y felicidad. Producir cosas nuevas y valiosas es fuente de gozo supremo. Al crear nos autorealizamos y vencemos la angustia de la muerte. Albert Einstein se oponía a que se rindieran honores a los sabios e investigadores, decía que ya era suficiente recompensa poder descubrir y producir algo nuevo. Aristóteles apuntó que el ser humano es acto y potencia, o sea, realidad y posibilidad. En parte somos y en parte podemos ser. Nos mantenemos abiertos a nuevos y originales desarrollos. Un bebé será en veinte años, mil cosas que de momento no son ni pueden preverse. La creación y su proceso no son sólo fuente de profunda satisfacción, los resultados, la producción misma lo es también: nuestras creaciones vienen a ser una extensión de nosotros mismos a través del tiempo y el espacio. La creatividad aumenta el valor y la consistencia de la personalidad, favorece la autoestima y consolida el interés por la vida y la supervivencia. En todas las épocas, la creatividad ha sido el motor del desarrollo individual y social. Los seres humanos no sólo somos animales programados para comer, descansar y “estar bien”, necesitamos procesos constantes de desarrollo y lucha que nos lleven a crecer y conquistar metas.

La ciencia del siglo XX, sobre todo a partir de Freud, desmitificó la creatividad al demostrar que no es la inspiración de las musas, sino el salto del inconsciente a la conciencia, lo que causa la vivencia de la iluminación. Según el psicoanálisis, el “niño” que todos llevamos dentro es el responsable de nuestra capacidad creadora. De los tres componentes psíquicos de la persona: Padre, Adulto y Niño, éste último es el principio de espontaneidad, curiosidad y aventura. Es el sentido lúdico de la vida.
El hombre, al ser un ser simbólico ha ido creando simbologías cada vez más ricas y complejas: lenguajes verbales y no verbales. Consiguió estabilidad y codificación: tal sonido se ligaba con tal objeto o acción. La laringe se afinó con los esfuerzos de expresión y comunicación. Tras miles de años fueron creados varios lenguajes simbólicos que, además de expresar y comunicar ofrecían otra ventaja importantísima para la evolución: hacer presentes las cosas ausentes. A través de los símbolos, el hombre ha podido poseer, percibir y tener juntas a la vez (mentalmente) miles de cosas, desde las más heterogéneas hasta las más remotas. La mente, contraria al instinto, vive siempre abierta a mil caminos y posibilidades. Los símbolos proveen las bases para crear: las creaciones son ante todo combinaciones. Así, la creación humana es consecuencia del lento y progresivo empeño de comunicación y trabajo en equipo. De modo que son ahora reconocibles, de manera general, tres motores poderosos de la creatividad: 1) La tendencia a la autorrealización. Sólo quien vive en un mundo simbólico puede apuntar al futuro, no quien vive encadenado al aquí y ahora, como viven los animales. 2) La consciencia del ser finito. La certeza de la muerte causa en el ser humano una especie de rebeldía contra este destino, originando el impulso a luchar por la permanencia simbólica, por sobrevivir de algún modo a la desaparición física. 3) La posibilidad de jugar. Basamos el juego en símbolos. Al jugar mentalmente con las cosas y las ideas, iniciamos nuevas realidades originales y flexibles. El que juega crea, el que no, no.

Ahora bien, ya que hemos reconocido por qué es tan importante la creatividad para los seres humanos, volvamos a la pregunta que atormenta:


¿Quién es el juez de lo nuevo y lo valioso?
Para dar respuesta a esta pregunta tan difícil habría que comenzar por reconocer que hace falta perspectiva. No puede darse una respuesta objetiva si nos quedamos en la subjetividad propia del “yo”, aunque veremos que dicha subjetividad es un principio fundamental para enfrentarse al proceso de creación.

Las personas depositamos una gran importancia a todo aquello que ha sido creado por otras personas, porque buscamos en dicha creación un determinado fin: ya sea la utilidad, la adquisición de un conocimiento, la expresión de un sentimiento o una sensibilidad estética, o bien la relación o vínculo moral y social. Nuestra cultura es producto del valor que hemos ido otorgando a las creaciones de otros. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar en lo terrible que sería el mundo sin la cómoda utilidad del papel higiénico? Da risa, pero incluso el papel higiénico, que pude hoy parecernos la cosa más elemental e intrascendente, tuvo que pasar por el dictamen, evaluación y valoración de las personas del mundo, hasta conseguir su universalidad. Quiero decir con esto que todos somos jueces, así como somos creadores. Aunque no nos cortamos un pelo para ser jueces y sí que mantenemos una postura prudente y quizá distante frente a la creación. Quizá porque es más divertido ser juez y no siempre es divertido y reconfortante ser juzgado, ¿verdad? Por eso antes dije que para ser creativo hace falta ser valiente. Es fácil asumirse como juez, pero no es tan fácil asumirse como creador. Piénsalo: cuando vas al cine y te decepciona la película que entraste a ver, no dudas un solo segundo en decir: «vaya mierda, ¿y por esto he pagado?» Y quizá tengas razón, tal vez la película era mala y se merecía tu evaluación fulminante. Pero asumir esa postura es facilísimo, reconocemos automáticamente el derecho a valorar: hemos pagado por ello y dedicado un tiempo considerable de nuestras vidas al consumo del producto, podemos decir lo que nos de la gana. Pero a que no es fácil ponerse en el lugar del director de la peli. ¿Lo has intentado?

Mi intención aquí es que seas capaz de cambiar el chip. Como todos, seguramente estás acostumbrado a posicionarte en el lugar de juez. Pero hace falta valor y un poquito de guía para conseguir asumir el papel de creador. Quizá esa película mala fue la primer película de un cineasta. ¿No tenemos derecho a equivocarnos? ¿Cómo aprendemos si no es a través de la práctica y el error? Ese director, gracias a nuestras evaluaciones sobre su obra, consiguió la oportunidad de crecer, mejorar y aprender de sus errores. ¿No encontramos diferencias entre la primera y la última de las obras de nuestro músico o cantante favorito?

Según Mauro Rodríguez, en términos generales podemos distinguir tres grados o niveles para valorar un producto. Con los años y poniendo atención en mi propia realidad, así como en la de mis alumnos, yo me permito agregar a esos tres niveles, uno más, al que me gusta llamar: 


Nivel cero o el nivel del “yo” 
Imaginemos una serie de cuatro círculos concéntricos. Algo parecido al objetivo de un tiro al blanco. El círculo central, o sea, el blanco, sería el nivel cero o el nivel del “yo”. Los siguientes niveles van acercando al borde exterior siguiente. En el nivel cero, el producto es evaluado por el propio creador. En el resto de los niveles el producto es valorado por otros. Así, el nivel cero o nivel del “yo” es un nivel de trascendencia imprescindible para enfrentarse a la creación: eh aquí la importancia de la subjetividad y la perspectiva sesgada del yo. Generalmente se nos enseña a valorar lo ajeno, lo que otros producen. Ya se ha dicho, además, que resulta más fácil e incluso divertido. Pero nadie nos enseña a valorarnos a nosotros mismos, a creer en nuestra capacidad de crecimiento y trascendencia personal y social. Aunque ahora veremos que, conocer la naturaleza del resto de los niveles de valoración es también importante para el creador, en mi opinión no hay nivel más importante que el cero. Si no nos conocemos a nosotros mismos y al mismo tiempo somos capaces de otorgar valor a nuestro propio trabajo, nadie más vendrá a reconocernos y reconocer que nuestro trabajo tiene algún valor. Así de simple.


Nivel uno: es valioso para el círculo afectivo inmediato
¿Qué es lo primero que hace un niño pequeño cuando ha terminado de hacer un dibujo? Va y lo enseña: «Mira, mamá, ésta eres tú y éste es papá y aquí está la tía Lola y el perro». El impulso natural del creador, una vez producida la obra, es buscar la valoración y el reconocimiento de su trabajo. Quien no lo hace, en definitiva, es porque tiene claro que la finalidad última de su creación es diversa y no busca, consiente o inconscientemente, que otros le otorguen valor. Así mismo, niega la posibilidad de que a través de dicha obra se transmita cualquier idea o sentimiento, o la posibilidad de que esa obra aporte un granito de arena en la conformación constante de la cultura. Hablo de un tipo de creación autocomplaciente o quizá autoanalítica. Un tipo de creación muy válida que guarda poca relación con la creación artística, en la medida en que no es comunicativa y encuentra su florecimiento, sobre todo, en el área de la terapia y la autosatisfacción.

Después de haber otorgado valor a nuestro propio trabajo y creer en nosotros mismos, éste es el siguiente nivel en el que podemos adquirir valoración y reconocimiento. Lo que habría que poner en tela de juicio es: ¿qué tan objetiva puede llegar a ser la valoración que se otorga en este nivel, si las personas que lo conforman son las personas que más nos quieren? Esto no significa que nuestros amigos o familia no sean capaces de juzgar con objetividad nuestro propio trabajo, pero si lo piensas un momento, ¿qué crees que va a responder la madre de ese niño pequeño que hizo un dibujo? «¡Qué lindo! ¡Bravo! ¿Quién es el niño más hermoso y más talentoso del planeta?» ¿A caso tus propios padres no te han dicho cosas como esa alguna vez? Así mismo cualquier persona que conforma nuestro entorno inmediato, podría no ser lo suficientemente objetiva al juzgar nuestras obras, porque está condicionada por sus afectos. Si te quiero no te hiero. Y como para mí es más importante nuestro amor, prefiero conservarlo y evitar cualquier acción que te lleve a pensar que no te quiero: incluso ser honesto y objetivo. Así piensan las personas de nuestro círculo más inmediato. ¿Debemos pues, confiar en su juicio? ¿Qué tan objetivo es? ¿Basta la valoración de las personas de este nivel? Sí, claro. Podemos confiar en su juicio. Si su amor es verdadero y esas personas conocen nuestros motivos, probablemente serán honestas y nosotros sabremos agradecer sus valoraciones: sean positivas o negativas. Lo que no puede pasar desapercibido es que el grado de objetividad de dichas personas suele ser bajo, y que si tenemos un objetivo de trascendencia mayor, si queremos conseguir que nuestra obra pase a formar parte de la cultura, entonces habría que abrirse y buscar valoración y reconocimiento en un siguiente nivel, uno que puede ayudarnos a confirmar que nuestro trabajo tiene sentido. En mi opinión, es en ese nivel donde verdaderamente se haya la satisfacción, autorrealización y felicidad, consecuencias de la actividad misma de crear. Los otros, más allá de los afectos.


Nivel dos: es valioso para el medio social
Sabemos que se ha quedado atrás el nivel uno cuando las personas que ahora otorgan valor a nuestro trabajo no forman parte de nuestro círculo social inmediato. Y las fronteras de esta zona de valoración pueden extenderse hasta las que delimitan nuestra propia nación. Más allá de nuestro círculo social inmediato, el de los afectos, está lo que llamamos “sociedad”: no a todos importa lo que sentimos ni todos nos aman, pero nuestro trabajo puede resultar trascendente a todos. Lo que me lleva a dejarte caer, como un cubetas de agua fría, la siguiente pregunta: ¿escribes para que te quieran? ¡Ojo!

Si nuestra obra consigue relevancia en nuestra comunidad, provincia o país, esto quiere decir que su trascendencia, sin ser universal, es alta, es decir, que la obra alcanzó un gran valor para las personas que conforman este nivel. Mauro Rodríguez dice que todas las personas pueden conseguir relevancia o trascendencia en este nivel, pero no todas las personas consiguen la misma relevancia o trascendencia en el siguiente: allí es donde radica la diferencia entre la genialidad y el talento. Todos tenemos talento, pero sólo quien cultiva su talento es capaz de alcanzar la genialidad. “Toda persona puede aspirar a aportar contribuciones muy estimables en los niveles uno y dos, y probablemente la mayoría, con un entrenamiento serio en creatividad, logre llegar a la zona tres.”


Nivel tres: es valioso para la humanidad
¿No usamos todos con gozo y deleite el papel higiénico? ¿No usamos todos un teléfono inteligente? ¿No sacamos partido a la Internet para adquirir y producir conocimiento? ¿No leemos y aplaudimos todos al riquísimo Cervantes?

Cuando una de nuestras producciones alcanza un tipo de reconocimiento y valoración capaz de transgredir fronteras, entonces adquiere la clasificación de clásico y su relevancia es universal. Estoy casi seguro de que alguna vez en tu vida has practicado, botella de champú en mano, el discurso de agradecimiento que darías al público de un gran auditorio, luego de haber ganado un importante premio. Si lo niegas, mientes. Todas las personas buscamos, de manera consciente o inconsciente, reconocimiento y valor en los demás. Somos seres gregarios. Y si estás comenzando a asumirte como creador (lo cual me haría muy feliz, porque significa que estoy cumpliendo mi cometido), es bueno que reflexiones sobre la importancia que tiene para ti alcanzar este nivel personal de trascendencia. ¿Te impulsa y anima la adquisición de este tipo de reconocimiento? ¡Estupendo! Pero si no es así, también es genial. Quiero decir que lo único que verdaderamente importa es que tengas claro por qué y para qué haces las cosas. No hace falta aspirar a ser un clásico para dedicarse a la creación literaria. Yo diría que basta con tener la necesidad de comunicar cualquier idea o sentimiento. Quizá no es tan importante para un creador, dejarse impulsar por la adquisición del reconocimiento universal, pero si fuera el caso: ¡maravilloso! Este mundo necesita genios. Y yo creo firmemente en que todos podemos llegar a serlo. ¡A estudiar y trabajar se ha dicho! Ahora bien, si no te motiva poner el listón tan alto, basta con que pienses en las razones que te llevan a la creación: ¿por qué o para qué escribes? Y recuerda que si al responder esa pregunta no encuentras la necesidad de conectar con los demás, si sólo escribes para ti y no te importa lo que piensen o entiendan los demás, entonces quizá tu práctica en materia literaria tenga como finalidad la autocomplasencia o el autoanálisis, en cuyo caso no tendrás que preocuparte por conseguir ningún tipo de valoración o reconocimiento ajeno, más allá tu terapeuta o de tu círculo social inmediato. La gente que nos quiere siempre podrá decir: «Qué arte. Eres un crack


¿Cómo y dónde se puede ser creativo?
Podemos hacerlo todo de manera rutinaria o de manera creativa. Aunque la creatividad es una habilidad, una capacidad natural del ser humano, más allá de ser una agudeza intelectual, es una actitud ante la vida. Las actividades que construyen nuestra cultura giran en torno a los valores. Ahora bien, cualquiera podría citar docenas de valores, pero cuando se trata de la trascendencia de un producto creativo, de un artificio o artefacto que lucha para abrirse un espacio en la cultura, es adecuado reducir a cuatro los valores fundamentales y trascendentales: la verdad, la belleza, la utilidad y la bondad. La producción que gira en torno a la verdad son las ciencias, la filosofía y la religión; la que gira en torno a la belleza son las artes y la estética; las que buscan la utilidad son las disciplinas tecnológicas; y las que buscan la bondad son las relaciones humanas en su sentido más amplio, es decir: la educación, la política, el servicio social, el derecho, la ética, la organización, la beneficencia, la comunicación social, etc.

Nuestra vida podría ser demasiado breve como para conseguir cierta trascendencia en varios campos dispares y florecer en cada uno de ellos. Ubicarse en el mapa requiere de un progresivo conocimiento de uno mismo y del entorno: “yo soy yo y mis circunstancias”, dijo Ortega y Gasset. Unos pocos ven claramente su lugar en este mapa desde la infancia. A la inmensa mayoría, en cambio, nos toca descubrirlo a través de los años, del estudio y de la práctica constante de la autocrítica. A pesar de que es conveniente la concentración en un solo campo, no pierdas de vista que han existido personas como Leonardo da Vinci, cuya aportación creativa a la humanidad atraviesa casi cualquier campo de acción. ¡No te limites!


En qué consiste el proceso creativo y cuál es mi propio proceso creativo
A lo largo de la historia los seres humanos nos hemos ido interesando más y más en nuestro propio mecanismo de producción creativa. Conociéndolo hemos sido capaces de reconocer la naturaleza de nuestras capacidades y, me atrevería a decir que también hemos ido perdiendo el miedo y con él los límites que impiden nuestro propio desarrollo. Se han hecho diversos estudios en torno a la creatividad y sus procesos. Si se le preguntara a diversos artistas cómo es su proceso creativo, cada uno respondería una cosa diferente. Cada cabeza en un mundo, ¿verdad? Lo curioso es que, cuando los estudiosos se han propuesto hacer esa pregunta a los artistas, para reconocer un proceso que ayude a la simplificación y comprensión del fenómeno, se han encontrado con que los artistas coincidían en al menos seis etapas, aunque variaran muchas otras. Esto es así porque el proceso creativo, en el fondo, implica casi siempre una estructuración de la realidad, una desestructuración de la misma y una reestructuración en términos nuevos. Diversos autores señalan las siguientes seis etapas como las típicas y fundamentales del proceso creativo: 1) Cuestionamiento. 2) Acopio de datos. 3)Incubación. 4) Iluminación (epifanía). 5) Elaboración (realización). Y 6) Comunicación.

Merece la pena conocer a profundidad cada una de estas etapas del proceso, así como establecer una comparación entre ellas y las etapas de nuestro propio proceso. De modo que, al contrastarlas, seamos capaces de poner a prueba la eficiencia de nuestro modo de proceder. Sólo cuando uno conoce su propio proceso puede ser congruente consigo mismo y sus circunstancias, para poner el listón a la altura ideal, ni más arriba ni más abajo, teniendo claro por qué y para qué hacemos lo que hacemos. Uno de los objetivos de mi Curso de iniciación del Taller de Escritura Creativa es precisamente este, el que mis alumnos alcancen a conocer cómo es su propio proceso creativo. En resumen, para comprender mejor el proceso creativo desde un punto de vista global, esto es lo que debemos reflexionar sobre sus etapas: 

Cuestionamiento. Quien no se pregunta nada, tampoco tiene nada que decir. De este modo, el cuestionamiento sobre la realidad, que tiene una estructura, es desestructurada y vuelta a reestructurar por nosotros mismos, es el principio básico de toda creación. Si no se cuestiona la realidad, sino hallamos problemas en ella, ¿para qué hacer nada?, ¿para qué buscar mecanismos de transformación?

Acopio de datos. Una vez que ya tenemos la pregunta, lo que hacemos instintivamente es buscar una respuesta. Y para ello nos enfrascamos en una exploración de la realidad que, al ser desestructurada y vuelta a reestructurar, nos permite elaborar nociones personales y subjetivas de la misma, estableciendo así nuevas ideas sobre aquello que ha demandado nuestra atención en un principio, al grado de problematizar dicha realidad.

Incubación. Ya tenemos la pregunta y la respuesta. Diríase, en el mundo del arte, que ya tenemos el contenido y comenzamos ahora a buscar el continente. Queremos escribir un cuento, por ejemplo. Ya sabemos la historia que vamos a contar, pero no sabemos aún cómo contarla. La incubación es ese momento del proceso creativo en el que nuestra mente rastrea el modo, la forma más adecuada para conseguir el objetivo, hasta que ese rastreo llega a su fin con la:

Iluminación o epifanía. «¡Eureka!», dijera Arquímides. Esta etapa viene de la mano de la anterior, es su consecuencia inmediata. Representa ese momento preciso en que hemos dado solución al dilema de la forma, o dicho de otro modo, ese momento en que estamos bajo la ducha y de pronto algo hace clic en nuestra mente y salimos corriendo, empapados, para tomar nota de nuestras ideas, no vaya a ser que desaparezcan como el humo que se diluye con el viento. Ahora ya sabemos cómo. Lo que deja al descubierto que la mayoría de las etapas del proceso creativo implican el noventa por ciento del trabajo, que es de carácter mental o intelectual, esclareciendo que la parte práctica del proceso se concentra sobre todo en la:

Elaboración o realización. Cuando ya sabemos qué decir y cómo decirlo. Lo único que tenemos que hacer es crear, materializar lo intangible. Este es el cúlmen de la actividad creadora, pero no el fin del proceso creativo, pues, ¿para qué ha sido creada la obra, sino para darse a conocer y así someterse a la evaluación, en la búsqueda constante de la trascendencia y la construcción de la cultura? Una vez realizada al obra damos pie a la:

Comunicación. O, ¿pensabas dejar guardado en un cajón tanto esfuerzo? Y es ahora cuando te preparas para recibir la crítica, la valoración de otros sobre tu trabajo. ¡Tachán!

Ahora que tienes una visión más global del proceso creativo, lo que deberías hacer es ocuparte de conocer tu propio proceso. Conocerlo te dotará de herramientas eficientes para enfrentar el duro proceso de valoración que otros harán sobre tu obra. Así mismo, al reconocerlo por vez primera, serás capaz de comenzar una hermosa y estimulante etapa que durará tanto como te mantengas productivo, me refiero a que una vez reconocido y explorado tu proceso, una vez lo compares con los procesos de otros y consigas sacar partido de ello, te darás cuenta de que el camino del artista no es otra cosa que la reinvención constante, querrás explorar otros territorios y comenzarás a ponerte a prueba en la búsqueda de procesos de creación inexplorados. Lo que prueba que los seres humanos necesitamos procesos constantes de desarrollo y lucha que nos lleven a crecer y conquistar metas: somos creativos y guardamos un interés perpetuo por reinventar, innovar, crecer y trascender: personal, social y hasta espiritualmente.

En el Curso de iniciación del Taller de Escritura Creativa, encontrarás la oportunidad de acercarte al conocimiento de tu propio proceso creativo, en la búsqueda de tu propia metodología. ¿Qué? ¿Te animas a pasarte del lado del creador o te vas a quedar acomodado en tu butaca de juez?



Israel Pintor.

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