Google+ Taller de Escritura Creativa de Israel Pintor en España: ¿Qué es el estilo cuando hablamos de literatura?

¿Qué es el estilo cuando hablamos de literatura?



Quienes creamos literatura, durante los primeros años de labor y aprendizaje del oficio mostramos interés en el estilo: sobre todo en el ajeno, esperando allí encontrar el propio. ¡Vaya chapuza! Típica se vuelve la emulación. Si alguna vez has tenido un profesor de creación literaria probablemente lo hayas escuchado decir, después de leerte: «Esto que has escrito me recuerda a…» Confieso que yo también emulé. Porque imitar no es malo. Muchas otras artes se aprenden a través de la imitación, ¿por qué no iba a servir ese método para la creación literaria? El problema se presenta cuando esperamos que escribiendo como los demás, escribiendo como aquellos a los que admiramos, conseguiremos identificar, reafirmar y configurar nuestro propio estilo. ¿Has notado que no digo hacer, inventar o crear? Y es que, aunque el estilo es susceptible de someterse a tantas pruebas como nos de la gana —para ejemplo de ello basta que leas Ejercicios de estilo de Rayomond Queneau (Cátedra, 2006)—, una verdad sobre estilo es que no necesitamos producirlo, porque está directamente relacionado con la personalidad. Y todos tenemos personalidad, aunque a veces mutamos y nos ponemos máscaras.

Hace un par de años, mientras impartía una clase de Coaching Literario, José Luis, un alumno querido me preguntó: «¿qué es el estilo cuando hablamos de literatura?» A José Luis le encanta la literatura y se toma muy enserio su trabajo como narrador, aunque por aquel tiempo reconocía la necesidad de entender mejor el concepto de estilo, probablemente porque se encontraba trabajando en su primera novela e intentaba averiguar cómo podía hacer su mejor esfuerzo. José Luis es psicólogo-terapeuta y, gracias a la conversación que tuvimos durante esa clase y las notas que atentamente tomó, es que hoy puedo discurrir aquí. El estilo propio, en cualquier ámbito, pero sobre todo en el artístico es un bien altamente valorado y muy difícil de aprehender, aunque irónicamente sea algo que todos tenemos. Casi como si nos viniera en los genes. Sin embargo, para la mayoría de mis alumnos y compañeros escritores en proceso de formación, la configuración, identificación y reafirmación de un estilo literario personal se convierte en una suerte de Santo Grial que visto desde el romanticismo bohemio se eleva alto, donde queda tan fuera del alcance, que sólo los grandes, sólo los autores consagrados con montones de lectores por todo el mundo, pueden poseerlo. ¡Qué gran mentira! Como si el éxito editorial fuera causa de estilo. ¡Cuánto daño somos capaces de infringirnos a nosotros mismos al idealizar la creación y el “ser” creador! Apretamos el silicio pensando de esa manera. ¡Absurdo! En todo caso, es el estilo literario: definido, sólido y único lo que lleva a un autor a consagrarse y tener éxito editorial, pero no al revés.

A lo largo de los años mis alumnos se han interesado en entender qué es el estilo literario y siempre que me propongo hablarles sobre ello termino hablando de personalidad, de su propia personalidad creadora. ¿Y cómo es eso? Pues bien, ¿has notado que al visitar una librería buscas los libros de ese autor al que admiras y no los libros de otros autores? No digo que evites sentir interés por las novedades, por otros autores a los que desconoces. Me refiero a que, por lo general, tu interés recae sobre los autores que ya conoces y son garantía de una lectura placentera, al menos para ti. Sabemos ya que la apreciación y valoración del estilo, en tanto estética, es puramente subjetiva.


Me pasó con las obras de Xavier Velasco, un narrador mexicano al que empecé a leer cuando era adolescente, lo descubrí con Diablo guardián, la novela con la que se hizo famoso y ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2003. Hice clic con él, como se suele decir. ¿Por qué? El estilo de Xavier Velasco produjo una especie de atracción o seducción, me sentí identificado y satisfecho. Mientras leía pensaba: qué rico, qué divertido, me gusta o, me cae bien. Quizá conoces a Xavier Velasco y no opines lo mismo que yo, pero estoy seguro de que eso mismo te pasa a ti con los autores a los que admiras, ¿verdad? Por eso no dudas en buscar sus obras cuando vas a una librería.

Algo similar he sentido con Sade, Raymond Carver, Luis Zapata, Lorrie Moore, Andrés Neuman, J.D. Salinger, Enrique Vila-Matas y hasta el comercialísimo David Safier. Ahora no importa si los autores que me han producido esa atracción son autores valorados por la crítica y la academia, algunos lo son, otros no. Lo relevante, en lo que me gustaría que pusiéramos atención, es en el fenómeno de atracción o seducción que me produjeron, lo que me llevó a hacer clic con todos ellos. El mismo fenómeno que te lleva a ti a buscar las obras de tus autores preferidos. ¿Notaste que sólo hice referencia a los autores y apenas he mencionado una sola obra literaria? El estilo literario, que es como la miel que nos atrae como moscas hacia los libros, guarda una intensa relación con la personalidad del creador. Intentemos reconocer cuáles son las causas de esa atracción o seducción que un autor produce a través de sus obras, con el fin de que emprendas luego un proceso de autoanálisis, de cara al descubrimiento o reafirmación de tu propio estilo literario. O sea, si quieres un estilo literario propio, atento aquí.

Me basaré, sobre todo, en la experiencia acumulada a lo largo de los años como profesor del Taller de Escritura Creativa, así como en la experiencia que adquirí siendo autor de tres obras narrativas. Como profesor he tenido que leer montones de manuscritos, a través de los cuales pude acercarme al abanico amplio y diverso de las personalidades creadoras de mis alumnos. Esta visión heterogénea de estilos y personalidades me ayudó a comprender mejor cuáles son las causas que producen el efecto de seducción, así como identificar cuáles pueden ser los elementos constitutivos del estilo literario. Como narrador, por otro lado, he tenido la fortuna de practicar mucho, tanto dentro como fuera de los talleres literarios a los que asistí siendo alumno, en México y en España; además de tener la oportunidad de ir, poco a poco, reafirmando eso que llamamos estilo propio a través mis novelas y cuentos. Por supuesto, te invito a que profundices en el tema y busques a otros autores, académicos, escritores y expertos; no te quedes sólo con mi humilde apreciación.


Suéltate el pelo y asúmete como creador
Para empezar tienes que abandonar, de una vez por todas, tu cómodo pedestal de juez, para asumir el incómodo e inestable, pero apasionante y satisfactorio papel de creador. Te recomiendo la lectura de “Creatividad, proceso creativo y nivel personal de trascendencia”. Este artículo podría llevarte a comprender cuáles son los beneficios de cambiar el chip y dejarse de tonterías tipo: «No, yo no soy escritor, sólo me gusta leer y escribo a veces.» O «¿Artista yo? No, yo tengo un trabajo estable, lo mío es sólo un pasatiempo.» Si estás leyendo esto es porque la creación literaria te importa mucho, más de lo que tú crees. Cualesquiera que sean las razones, si creas literatura, eres un creador. ¡Di que sí! Olvida los prejuicios y temores. Si no asumes que tu obra literaria es un reflejo directo de tu personalidad artística, es decir, que tú mismo eres un artista, un escritor en tanto creador de textos literarios, será imposible que te enfrasques en el proceso de descubrir o reafirmar de tu propio estilo. ¡Suéltate el pelo!


Una comprensión del estilo literario
A mi parecer, el estilo literario es un conjunto de marcas en el texto que son determinadas por la personalidad del autor, cuya naturaleza tiene una morfología original convenida (reglas y herramientas técnicas), que se filtra a través de la poderosa subjetividad creadora, produciendo marcas con una morfología personal (nadie usa las reglas y herramientas del mismo modo, aunque se haya convenido una forma ideal para ayudar a la comprensión del discurso). Es decir, las marcas del texto que permiten identificar el estilo, son producto de la utilización de todas aquellas reglas y convenciones que nos permiten construir el discurso a través del lenguaje (codificación, decodificación) y, que al ser utilizadas por un individuo, adquieren facultades propias, únicas.

Cuando pregunto a mis alumnos, «¿por qué compras dos obras diferentes de un mismo autor?», la respuesta siempre es obvia: «Porque me gusta mucho ese autor». Pero, si profundizamos un poco y nos obligamos a rastrear las cualidades del discurso de ese autor, notaremos que nuestro gusto está condicionado también por nuestra propia personalidad, así como la producción del discurso de ese autor estuvo condicionada por su personalidad creativa. Un autor nos gusta, en general, porque encontramos afinidad entre los rasgos de su personalidad, que percibimos a través del texto, y nuestros propios rasgos de personalidad. Hacemos clic y nos sentimos atraídos cuando somos capaces de vernos en un espejo. ¡Qué fuerte! ¿Verdad? ¿Entonces somos una panda de vanidosos? En parte sí, pero no siempre sucumbimos al estilo literario de un autor porque nos sentimos identificados con él y, por ende, necesitemos aplaudir nuestra propia personalidad. También buscamos en las personalidades creativas de los autores algún tipo de retroalimentación, compensación o diversidad. Por ejemplo: podemos decir: «El estilo de Perenganito de Tal mola porque me hace reír, o porque me invita a reflexionar». Esto no significa que si el autor tiene esa cualidad estilística, proveniente de su personalidad creativa, nosotros también seamos personas que hacen reír a los demás o invitan a la reflexión. A veces un estilo nos atrae porque nos aporta algo que no solemos encontrar en nosotros mismos.

De cualquier modo, ¿notas cómo es imposible hablar de estilo sin hablar de personalidad? Así, pues, me voy a dar a la tarea de señalar a continuación algunos aspectos relativos al estilo literario, que habrán de estudiarse y ponerse en práctica desde la más absoluta subjetividad creadora, de modo que tarde o temprano comiences a vislumbrar las cualidades de tu propio estilo literario. Ojo, no basta con echar un vistazo a estos aspectos, si quieres reconocer tu propio estilo literario, el único camino efectivo para ello es la práctica y la autocrítica. Escribe con soltura, sin miedo de ser tú mismo. En el camino te verás tentado a reproducir otros estilos, tan ricos, atractivos y maravillosos que querrías fueran el tuyo, pero te aseguro que tu propia personalidad creativa tiene tanto brillo como esas a las que admiras, basta con que la cultives. Pierde el miedo de verte en un espejo, de ser tú mismo. Ya sé que es un topicazo, pero es así. Se dice fácil cuando es, en realidad, una tarea muy dura. No importa cómo seas, lo que importa es que no tengas miedo de ser. Al menos cuando hablamos de creación y estilo literario.


Naturaleza sintáctica
La sintaxis es uno de los aspectos formales que más influencia tiene en el estilo literario de un autor. Al ser la sintaxis el modo en que se ordenan y combinan las palabras para expresar una idea dentro del discurso, se encuentra en ella una vía para la identificación del estilo propio. ¿Cómo es normalmente el orden en que expresas tus ideas y acomodas las palabras? ¿Tiendes hacia la complejidad o hacia la simplicidad? Para encontrar un orden propio no está mal explorar tantos órdenes como seas capaz de producir. La exploración será más afectiva en la medida en que escribas desde el interior, buscándote. Recuerda que no estamos hablando aquí del modo correcto en que se utilizan las herramientas, sino del modo particular en que tú las usarás para cumplir una finalidad: la creación de la obra literaria.


Uso de los signos de puntuación
En relación con el aspecto anterior, una óptima utilización de los signos de puntuación trae siempre como resultado la claridad y el orden. Pero no siempre el uso de estos signos es sinónimo de personalidad. Todos sabemos que una coma puesta en el lugar equivocado puede ser terrible y producir una semántica loca o imprecisa, pero más allá de la utilización eficiente de los signos de puntuación para ser preciso y claro, se encuentra la finalidad de carácter estético. Pienso ahora en el efecto estético de uno de los monólogos interiores más famosos de la literatura del siglo XX. Me refiero al monólogo de Molly Bloom, en el Ulysses de James Joyce. Ese fragmento de obra produce un efecto estético inigualable, único. Se han hecho referencias a ese fragmento durante décadas. ¿Por qué? Pues, a través de él fuimos capaces de apreciar una estética narrativa singular. La de un escritor irlandés que buscaba transmitir, a través de su obra, una serie de sensaciones y emociones propias de quienes tendemos a comernos la cabeza, como hace su personaje Molly Bloom a través del monólogo. ¿Y cómo ha conseguido eso Joyce? Entre otras cosas a través del uso deliberadamente restrictivo de los signos de puntuación. Quienes conocemos el texto sabemos que evita cualquier punto o coma, aunque no prescinde de las tildes. No quiero decir con esto que para acercarte al reconocimiento de tu propio estilo debas ahora ponerte loco y escribirlo todo sin puntos, comas o tildes. O sí. Depende. Lo que quiero decir es que los signos de puntuación y la manera en que los uses, configurarán también tu propia manera de discurrir.


Vocabulario
El efecto no será el mismo si usas cien palabras distintas, o doscientas. Entre más vocabulario domines, más rico y nutrido será tu discurso. Ahora bien, esto no es garantía de originalidad, pero si pensamos que la creación no es más que mezclar o combinar recursos, entre más palabras tengas a tu disposición, más combinaciones podrás realizar, así mismo podrán ser diversas las formas en las que expreses una misma idea.

Por otra parte, ¿has notado que no se expresan igual dos personas? Y eso, en gran medida, se debe al vocabulario con que normalmente se comunican en sus respectivos contextos. Según el contexto en el que estamos inmersos, adquirimos uno u otro vocabulario. Se entiende fácil cuando pensamos en el vocabulario propio de un biólogo y lo comparamos con el vocabulario propio de un político. Tú tienes un vocabulario único, propio del contexto en el que vives y te has formado. Conviene mucho que saques partido de él. Y no confundas eso con homogeneizar las formas de expresión de tus personajes, como si fueran marionetas. No estoy refiriéndome a ello.


Ritmo fonético
Alguna vez han dicho que mi narrativa es rimada. ¿Te ha pasado? Bueno, pues juro sobre la tumba de Julio Cortázar que nunca ha sido mi intención. Unas veces el resultado es simpático, otras es un completo desastre. Y siempre creí que era algo azaroso, como no reconocía la intención de escribir así… Hasta que un día, uno de mis profesores de escritura me hizo ver que me pasaba con más frecuencia de lo que yo creía, no sólo en mis textos. Debatíamos en clase. Se freía el debate en el aula como un huevo sobre una sartén. Yo hablaba bastante, era uno de esos debates en los que uno se enfrasca y rebate con prisa sus ideas. No recuerdo el tema, pero mi profesor, atento como era con sus alumnos, notó que de vez en cuando se me colaba en la oralidad una rima. Al terminar la clase me llamó y comentó su apreciación. Me hizo ver que la naturaleza de mi sintaxis oral podía ser, a veces, rimada. Me lo tomé regular. Cuando uno ve en el espejo algo de sí mismo que no le gusta es fácil molestarse. Le di las gracias y dejé que pasara un tiempo. Desde entonces mi textos comenzaron a ser cada vez menos rimados, aunque no dejaron de tener un ritmo propio, especial, un ritmo que sólo mi personalidad creativa es capaz de construir: quizá nervioso y frenético.

Al compartir esta anécdota quiero poner de manifiesto que la fonética de las palabras, en franca relación con el orden en que construimos las frases y expresamos nuestras ideas, produce una marca de estilo personal. El ritmo de la fonética guarda también relación con el tono de la narrativa, con las emociones que nos invaden en el momento de creación y los sentimientos que buscamos representar con palabras. Conviene poner atención en la fonética de nuestra sintaxis, quizá descubramos en ella una cualidad interesante de nuestro estilo, o como sucedió conmigo: un vicio a corregir.


Ritmo narrativo o progresión (alternancia entre la acción y la reflexión)
Otro tipo de ritmo que es también marca del estilo, es aquel que delimita el tiempo que dedicamos a representar acciones, y el tiempo que dedicamos a representar reflexiones y hacer descripciones. ¿Te has leído alguna vez una de esas novelas en las que el protagonista sube unas escaleras a lo largo de veinticinco páginas? O, bien, ¿recuerdas cuál fue la última novela que leíste, cuya progresión era tan frenética y alucinante que devorabas página tras página, como si no hubiera un mañana y la cosa más importante del mundo fuera saber qué pasa en el capítulo siguiente? A mí se me vienen unas cuantas novelas a la mente… Seguro que a ti también. Sírvete de ellas como ejemplos para reconocer la diferencia entre los ritmos lentos y los rápidos, entre las obras que se recrean en la pacífica y lenta reflexión, y las que te ponen los nervios de punta porque las acciones se suceden como balas de metralleta. Después piensa: ¿mis textos qué ritmo suelen tener?

¿Alcanzas a ver cómo, hasta ahora, para reconocer un estilo literario propio, no hemos hecho más que autoanalizar nuestro trabajo y nuestra personalidad? Bueno, quizá los últimos aspectos te lleven a concentrarte sobre todo en lo técnico. Por eso te sugiero añadir a tu proceso de autoanálisis la reflexión sobre lo siguientes aspectos que, ahora sí, tienen exclusiva relación con tu personalidad creativa:


Tipo de pensamiento en el discurso literario: divergencia o convergencia
Todas, absolutamente todas las personas utilizamos dos tipos de pensamiento: el divergente y el convergente. Y también la inmensa mayoría tiende hacia uno u hacia otro, dependiendo de la propia personalidad. Quizá ya hayas oído hablar o leído sobre este asunto. Pero si no, pondré un ejemplo simple de cada uno de los tipos para que sepas a qué me refiero.

La convergencia es ese tipo de pensamiento lógico y organizado que nos lleva a crear ideas como esta: uno más uno es igual a dos. Nos ayuda a comunicarnos eficientemente con otras personas, a ser prácticos, claros, a organizar el trabajo y cumplir metas. Si tú eres una persona que hace listas, tiene una agenda y planifica los fines de semana, quizá tiendas a usar más este tipo de pensamiento.

La divergencia, por otro lado, es ese tipo de pensamiento ilógico y desordenado que nos lleva a crear ideas como esta: uno más uno es igual a dos flamencos morados con picos de oro, capaces de levitar por las noches. Creo que la diferencia es bien clarita. Este tipo de pensamiento está más relacionado con el ejercicio de la creatividad. Nos ayuda a resolver problemas, a imaginar y producir muchas ideas diferentes, aunque no siempre sean ideas prácticas o buenas. Si eres una persona que despierta y a media mañana, sin saber cómo, ha comprado un billete para viajar al Polo Norte y echarse unos selfies con los pingüinos, quizá tiendas a usar más este tipo de pensamiento.

El discurso literario que producimos es resultado, también, de esta cualidad en nuestro pensamiento. No hay mejor o peor tipo. Si tiendes más hacia la convergencia no eres mejor ni peor escritor que aquellos que tienen hacia la divergencia. Simplemente eres. Que es lo importante. Y merece la pena que reconozcas cómo eres, cuál es tu tendencia. Esto se consigue escribiendo mucho y revisando con cautela, después de haberse distanciado prudentemente de lo creado. Entre más escribas y revises, más certezas tendrás sobre el tipo de pensamiento que usas con asiduidad.

Por último: ya que hablamos de recursos para aprehender nuestro estilo propio, merece la pena que explores aquella área ajena, de manera que enriquezcas tus capacidades y puedas así ensayar. Quiero decir: si tiendes a la convergencia podría servirte mucho ensayar la divergencia, o viceversa. Este ejercicio traerá como resultado una suerte de equilibrio, además de que sumarás recursos a tu favor.


¿Qué me interesa realmente? Los temas y el “yo”
Una de las razones que te llevan a comprar dos obras de un mismo autor es que, ese autor trata una serie de temas que te interesan. ¿Verdad? Aunque puede haber excepciones maravillosas que nos dejen un buen sabor de boca, por lo general leemos literatura de autores que tratan temas afines a nosotros.

Ahora piensa lo siguiente: ¿crees que tus autores preferidos eligieron tratar esos temas sólo para que tú sintieras interés por sus obras? ¡No! Obviamente. Imagina el coñazo que sería si tuvieras que escribir una novela de doscientas cincuenta páginas, a lo largo de tres o cuatro años de tu vida, sobre fútbol, narcotráfico, economía o cualquier tema capaz de matarte de aburrimiento. Quizá a ti el fútbol, el narcotráfico o la economía te apasionan, pero basta que sustituyas esos temas por otros que, si tuvieras que tratar, preferirías arrancarte un brazo y tirárselo a alguien en la cabeza.

Por otro lado, ¿notas cómo, al excluir el fútbol, el narcotráfico y la economía se perfila en cierto grado mi propia personalidad creativa? Identifica cuáles son los temas que te apasionan, los que te interesan realmente. Evita elegir temas porque pienses que van a atraer la atención de los lectores. El interés de los lectores despierta y crece en la medida en que tú vuelques pasión sobre los temas que abordas. Si te importan a ti, terminarán por importar a los demás. Pero si no te importan a ti, si realmente no te apasionan, se notará y no conseguirás dotar los textos de la energía suficiente para mantener atrapado al lector en las páginas de tu creación. Y como hablamos de estilo, esos temas que trates se convertirán en una especie de sello de garantía. Tu firma, tu onda. Tu estilo.


El sentido del humor
No sé a ti, pero a mí me pasa que recuerdo más a los autores que me han hecho reír. Es como si el mérito dejara una huella en mi memoria, una huella difícil de borrar. El sentido del humor es algo que caracteriza mucho a las personas. Y como produce buen rollito preferimos rodearnos de las personas que tienen sentido del humor y, queriéndolo o no, hacen reír. Lo mismo pasa con los autores a los que leemos.

Frente a los otros aspectos tratados en este artículo, el sentido del humor es quizá una de las cualidades de la personalidad artística que más destacan entre aquellos que conforman el estilo literario. He comenzado diciendo que leyendo a Xavier Velasco pensaba: qué rico, qué divertido, me gusta o, me cae bien. Dos de las cuatro cosas pensadas tienen relación con su sentido del humor.

Aunque no lo es todo, cuando hablamos de estilo literario el sentido del humor ocupa un lugar destacado. Todos tenemos un sentido del humor particular. Más irónico, sarcástico, negro o tétrico. Incluso quienes parecen carecer por completo de sentido del humor tienen un modo especial de sentir lo gracioso. Se me viene a la cabeza el comediante español Eugenio Jofra Bafalluy, mejor conocido por “Eugenio”. Si eres español lo reconocerás como el tipo de los monólogos que fumaba y bebía cubatas en escena, y siempre se cubría el rostro con unas grandes gafas de sol. Si no lo conoces encontrarás rápidamente alguno de sus monólogos en YouTube. El tipo tiene tanta expresividad como una pared blanca. Su mayor cualidad era que nunca se reía (digo era porque falleció en 2001). ¿Un comediante que nunca se ríe? Pues sí. Parecía que a él sus chistes no le hacían gracia. Guardaba tanto el tipo de serio, mantenía el rictus con tanto esmero que yo aún pienso que al él en verdad no le hacía ni puta gracia lo que decía, pero como era capaz de producir ataques de risa en los demás, sacó partido de ello y terminó por convertirse en un famoso comediante. Su estilo es único. En España se cultiva mucho el stand up o, el monólogo de comedia en vivo. Creo que Eugenio consiguió un estilo único de hacer comedia que lo llevó a conseguir el éxito. Si lo comparo con otros grandes comediantes de la actualidad (Dani Rovira me fascina, aunque no sé si me gusta más él o sus monólogos, #HardChoice), Eugenio no me parece la panacea del stand up (sobre todo porque nunca estaba de pie), pero nadie podrá decir que el tipo no tenía estilo. Y tú, ¿de qué te ríes?, ¿qué te hace gracia?, ¿cómo dirías que es tu sentido del humor? Ojo, no digo que te pongas una nariz de payaso y te propongas hacer reír a tus lectores. Si te esfuerzas demasiado podrías estropearlo todo. Lo que digo es que tú también tienes un sentido propio del humor. ¿Cómo es?


Entonces, ¿qué es el estilo cuando hablamos de literatura?
Todos estos aspectos sobre el estilo literario nos dejan ver que hay una dimensión controlable, educable, y otra, que por permanecer inconsciente, no lo es. Pero se vuelve controlable y educable si nos permitimos la confrontación con el “yo” creador, produciendo que esa dimisión se haga consiente. Así se nos revela nuestra propia esencia y podemos controlarla a gusto, no con el afán de construir máscaras (para eso ya somos expertos), sino con la idea de reconocer y trabajar en los aspectos que configuran nuestra personalidad y permiten que se afiance un estilo literario propio.

Si tenemos en cuenta qué es el estilo, no tiene sentido plantearlo como un objeto de análisis en la obra literaria, aunque si se quiere se puede hacer, claro está: la filología también es fuente valiosa de conocimientos literarios. Pero si hemos asumido el papel de creador y no de juez, preferiremos plantear el estilo literario como un elemento de análisis y valoración en relación con el autor, con su producción literaria en general. Por eso cuando hablamos de estilo literario no hablamos de obras, sino de autores.


Así, podríamos decir que la subjetividad del autor queda expresada por el estilo. Por medio del estilo el artista fusiona y armoniza los diversos elementos, dándoles una unidad, al mismo tiempo que logra que los demás veamos el contenido de su discurso, como él mismo lo ve. El estilo es inseparable de la obra de arte acabada. La penetra, la invade y, sin embargo, permanece en cada momento invisible como algo que no se deja comprobar. El estilo es lo que contiene al escritor: toda la cosmogonía que conforma su universo y que únicamente le concierne a él, por estar hecha de sus propias experiencias. En otras palabras, estilo soy yo.

"No importa cómo seas, lo que importa es que no tengas miedo de ser."
Israel Pintor.

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